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Castigar o no castigar, debe dejar de ser un dilema.


Imaginemos a un pequeño de 2 o 4 años en una etapa de crecimiento tan especial en la que su curiosidad está a tope y se da cuenta que a través de su cuerpo puede tocar, explorar y aprender todo lo que sus sentidos perciban, este es su mundo, un mundo mágico que está descubriendo, no tiene acceso a la culpa ni al remordimiento tan sólo sigue el impulso y la guía interna con la que aún tiene conexión, sigue aquello que lo hace feliz y lo mantiene en un estado de armonía.

Ahora continuemos con un pequeño de 5 a 6 años que juega todo el tiempo, vive en un mundo de fantasía y su imaginación es su mejor aliado, tiene infinidad de preguntas y una gran motivación y curiosidad por aprender.

Sigamos con el desarrollo de un niño entre 7 y 9 años cuya madurez fisiológica y psicológica le permiten aprender cosas más concretas pero aún sigue sorprendiéndose con sus temas favoritos y aprende cualquier cosa como si fuera una esponja si lo hace jugando, mientras mueve su cuerpo y explora sus emociones.

Continuemos con la etapa de la pubertad y adolescencia, que por cierto se le conoce como nuestra segunda oportunidad de enderezar las cosas, en la que si nuestro trabajo lo hicimos bien, es decir si mantuvimos una buena comunicación, conexión y cercanía afectiva con nuestros hijos será menos complicado atender estas nuevas necesidades en las que los cambios físicos y los retos sexuales, sociales y culturales a los que se enfrentan los jóvenes pueden ser nuestros aliados para favorecer una mayor confianza y complicidad con ellos o bien alejarlos y arriesgarnos a que se enfrenten a esas dificultades sin la compañía y orientación de sus padres.

Cada una de las etapas mencionadas anteriormente tiene un gran potencial para que podamos acompañar a nuestros hijos en los retos que se les van presentando para así cultivar y educar a través de valores como la confianza, la felicidad, la seguridad y la paciencia y de nosotros como padres depende que así sea, no de los pequeños que están aprendiendo a tomar decisiones y a reaccionar tal y como lo viven en casa de acuerdo al ejemplo que les damos diariamente. Y acerca del ejemplo y de su enorme potencial es de lo que trata este texto.

No hace falta ser un experto para saber lo que el castigo engendra, basta con mirar a nuestro pasado y encontraremos alguna anécdota de nuestra infancia con nuestros padres, algún maestro u algún otro familiar, para darnos cuenta que el castigo crea culpa, miedo, inseguridad y remordimiento, y no arregla nada, lo mejor que puede pasar es que la conducta cese, pero dentro de sí se generen una serie de complejos y temores que más tarde se conviertan en las causas de síntomas como patrones de relación, enfermedades o la aceptación de hábitos destructivos ¿Y lo peor? Una relación lastimada con la figura que más nos importa y en quien primero confiamos: nuestros padres, y sus consecuencias pueden ser fatales. Con un poco de introspección serás consciente de que el castigo se impone siempre desde la frustración, la duda, el miedo y la incertidumbre, Entiendo que hay una intención positiva que radica en proteger a nuestros hijos, pero sin duda hay métodos que sí son efectivos y que tienen beneficios a largo plazo, además que son indispensables y en algunos casos irreemplazables.

La metodología es muy sencilla: Si eres una persona feliz y satisfecha evitarás mucha frustración en tus hijos. Entonces el trabajo se centra nuevamente en uno mismo. Asegúrate de tener una vida sana, de cultivar buenos hábitos, de ser feliz y estar en paz, en un estado de armonía es mucho más fácil aplicar estrategias como:

1. Explícale a tus hijos lo que está pasando, no importa si son bebés. Cuéntale acerca del mundo en el que vive, se positivo y mantente tranquilo. Muchos niños sensibles se vuelven temerosos o bien iracundos y berrinchudos por saltarnos este paso.

2. Conversa con él, déjalo hablar no le indiques todo el tiempo lo que está bien y lo que está mal, muchas veces ni uno mismo lo sabe si quiera. Pídele que te haga una propuesta, hazlo partícipe de su educación, no importa si tiene 4 años, no lo subestimes por tener un cuerpo pequeño.

3. Investiguen juntos la respuesta o bien dale herramientas para ello. Cómprale un libro, llévalo a un museo, vean juntos un documental, preséntale a alguien que sepas que puede resolver sus dudas.

4. Dale tiempo al tiempo, tu ejemplo es lo que va a tomar en sus momentos críticos cuando tú no estés ahí para protegerlo u orientarlo.

5. Cuando te pida tu tiempo, tu consejo, tu compañía deja todo y ve con él. Los trastes sucios, la ropa sin doblar o incluso tu trabajo en la escala de valores jamás están en primer lugar como tu familia. Si está más grandecito intégralo a las tareas del hogar y háganlo juntos mientras platican, ríen, cantan y bailan y deja que el mundo ruede.

6. No te pierdas ninguna etapa, para todo hay tiempo, priorízalo y recuerda que la vida está llena de esos pequeños detalles.

7. Hazle saber de todas las maneras posibles que es un campeón, que estás orgullosa de él, que lo amas más que a nada en el mundo, míralo a los ojos, abrázalo, rían y jueguen juntos. Un niño que se siente amado y confía en sí mismo (porque sus padres confían en él) siempre procurará estar rodeado de personas que lo aman y jamás aceptará algo que vaya en contra de su seguridad, su autoestima será su principal protectora.

8. Hazle saber todo el tiempo que confías en él y que siempre haga lo que lo hace sentir bien, estar en paz y ser feliz, así no perderá su conexión con su guía interna y será un deleite y una sorpresa constante para ti aprender de su sabiduría, que tú también tienes cuando eres feliz.

9. Se la mejor versión de ti mismo, jamás se podrá insistir demasiado en que una persona feliz está mucho más clara en la mejor decisión que debe tomar, tiene paciencia, está tranquila y puede recobrar la paz más fácilmente en los momentos en los que se necesite. Date tiempo para ser feliz y compártelo con él.

10. Nunca es tarde para arreglar las cosas, sentirte culpable no arregla nada al contrario, lo empeora, no es una postura romántica el reconocer que el Amor hace milagros y sana todo a través del espacio y el tiempo al darle un significado diferente a la vida, es una realidad. No estás solo, busca ayuda. No tienes que ser perfecto, sólo tienes que ser feliz.

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