Con frecuencia los padres que deciden llevar a su hijo a terapia lo hacen porque se ha vuelto muy inquieto, berrinchudo, rebelde, agresivo, incontrolable o bien inseguro, nervioso, distraído o lo notan deprimido debido a la pérdida de un ser querido, separación de los padres, cambios de escuela, entre muchos otros. El caso es que el niño presenta una conducta que en casa ya no se entiende y tampoco es fácil de manejar.
Debemos comprender que un niño está sujeto a las variables a las que se enfrenta diariamente, la dinámica familiar, el ambiente escolar, los hábitos y el carácter y personalidad de los padres, mismos que determinan las decisiones que se toman en torno a lo anterior.
En caso de niños menores de 4 años es muy frecuente que con algunos pequeños pero significativos cambios estructurales llevados a cabo por los adultos a cargo, es suficiente para que los niños modifiquen su conducta con tanta facilidad que hubieras deseado no esperar tanto a acudir a un servicio de salud mental.
Al respecto de niños mayores y conforme crecen, su personalidad se va definiendo, se habitúan más fuertemente a las pautas de comportamiento que aunque no sean adecuadas es lo que han aprendido en casa y la manera en la que se han adaptado en la escuela, por lo tanto conviene que acuda a terapia.
Sin embargo, si no se atiende con la misma frecuencia y vehemencia los hábitos, creencias y dinámicas de los padres simplemente no habrá un cambio sustancial en la conducta y salud mental de los niños.
Atender tus dudas, miedos, culpas, inseguridades es igualmente importante, mucho más si tomamos en cuenta que la edad en la que más se te complica convivir con tu hijo es justo la edad en la que tú también te atoraste emocionalmente. No sólo tu hijo tiene un problema, sino tú que lo estás criando, educando, que tienes ideas erradas o dolorosas en torno a la paternidad/maternidad y no te has dado cuenta del impacto que tiene en la conducta del pequeño. ¿O acaso no te has dado cuenta que cuando más inquieto o ansioso te encuentras tu hijo se vuelve más incontrolable? ¿O cuando más miedo tienes tu pequeño se equivoca o desespera más?
Tener un hijo es una gran oportunidad para sanar tus propios heridas pues además de que son más evidentes ahora cuentas con una enorme motivación que es ayudar a tu pequeño.
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