Capítulo 10 Los ídolos de la enfermedad
Sección IV. El fin de la enfermedad
La enfermedad en cualquiera de sus manifestaciones o niveles es producto de la proyección del miedo, culpa o la tristeza. Para que ocurra la verdadera sanación que es siempre a nivel mental, es necesario que reconozcas que eres perfecto porque Dios te creó así, si no te percibes a ti mismo de esta manera entonces debes preguntarte ¿Qué estoy dejando de ver?.
Dios no está en guerra pero tú sí porque crees en un mundo con el cual debes lidiar, parte de lo que hay en es ese mundo es la enfermedad, la cual inventaste tú y la consideras un dios, un ídolo al cual temes. Diariamente tómate un tiempo, detén el mundo y despeja tu mente y di para tus adentros y en voz alta si lo deseas, pero relajado y feliz: “Este no soy yo y este mundo que percibo es una ilusión”, esto es utilizar la negación de manera correcta.
Así como la perfección no es lo mismo que la enfermedad; el conocimiento y la verdad no es lo mismo que las ilusiones que percibes a través de tus sentidos. En realidad es un alivio saber que la enfermedad, la ilusión y el caos carecen de significado tan sólo porque Dios no forma parte de ello, así que alégrate y aprende a ver aquello de lo cual sí formas parte. Dios sólo te creó a ti, a mí y a toda la humanidad que habita, ha habitado y habitará en el universo, como uno solo y no creó nada más, por lo tanto la Paz es tuya y la esencia divina de todo aquello que anhelas también lo es.
El proceso de reconocimiento de lo anteriormente dicho se podría dar en los siguientes pasos:
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Reconoce que el propósito de la enfermedad es usurpar el lugar de Dios como creador.
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Date cuenta que con eso no ganas nada.
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Comprende que todo se da a nivel mental porque la mente es la única que crea, el cuerpo tan sólo es un instrumento del ego hasta que lo entregamos al Espíritu Santo para que él tome las decisiones por nosotros. Por lo tanto la enfermedad es una decisión de la mente y nada tiene que ver con el cuerpo.
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Centra tu atención en la mente, en tus pensamientos mediante ejercicios de introspección y a través de la meditación, lo cual te ayudará a quitar la atención del cuerpo.
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Confía en que el mundo no te hace nada.
Después de realizar este ejercicio con la mayor frecuencia posible pero sin sentir premura alguna, tu mente estará despejada y lista para recordar a Dios.